EXTRACTO DE TOÑI...
Siempre he creído que hay un tipo de
historias que tienen un valor en sí mismas, independientemente de su
inserción en un libro. Mi historia impresiona, impresiona muchísimo, por
sí sola; el hecho de que mis queridos amigos Juan y Loli Ponce
me hayan ayudado a escribirla no es secundario. Pienso en ella
constantemente y me emociona sin dejar de pensar necesariamente en
ellos.
Sin duda, sólo puede llegar a vosotros a través de las
palabras. No puede ser de otra manera. Si existiese una forma de
comunicación perfeccionada, algo así como la telepatía, o como una
película o alguna serie de imágenes capaces de explicar la vida sin
recurrir en ningún momento a la palabra, lo habría hecho yo sola, pero
nunca llegaría a producir la impresión intensa en cualquier persona
sensible que pudiese leer estas palabras sin conocer antes mi historia.
Cuando hablo de los sueños con algún ser querido, me refiero, y sólo
puedo referirme, a los sueños tal y como los recuerdo al despertar.
Igual, cuando hablo de mi vida tal y como puedo experimentarla: o sea,
no a mi vida creída, sino contemplada, presente ante la poderosa
imaginación plenamente despierta de una mente que nunca cesa de luchar
en la búsqueda de su ser, sólo llego a contemplar la parte del iceberg
que aparece en la superficie del presente; sólo el presente tiene
belleza, sólo el presente tiene vida, con sus penas y alegrías, sólo el
presente es objeto de contemplación. Sin embargo, debajo hay otras
muchas cosas. El deseo de recuperar esa parte sumergida está plenamente
justificado en cada persona. pero me temo que cada una, al menos en
parte, explica sus recuerdos, como consecuencia del mismo impulso, a
veces no atractivo, que les conduce a realizar un esfuerzo más o menos
grande por aferrar el recuerdo, por atrapar con sentimientos, conceptos y
palabras ese contenido esencial y trascendente que parece transmitirnos
el pasado.
Como asimilamos los recuerdos por el efecto que ejercen
en nosotros, es evidente que un mismo hecho puede ser importante para
una persona y no serlo para otra. La diferencia consiste en que, aunque
el procedimiento mental sea el mismo, uno aplica el recuerdo de otra
manera en su vida. Por desgracia, para muchas personas el valor de un
recuerdo no es un valor vital, no es una verdadera experiencia. El que
lo aborda no espera - o no cree o no quiere creer - que se trate de la
esencia de lo que realmente somos hoy: sólo aporta información para el
día a día. Para lo que le interesa, sus recuerdos le importan casi tanto
como los números del reloj o un libro de instrucciones de cualquier
invento actual. Viven demasiado deprisa y recuerdan demasiado poco, para
poder utilizar los recuerdos que un buen pasado ofrece. Son como los
alumnos que quieren que todo se le explique y que después casi no
atienden a la explicación.
Mientras quien escribe esta historia
sería capaz de emocionarse con un sólo recuerdo durante toda la vida,
hay personas que olvidarán para siempre los hechos una vez extinguida la
emoción momentánea, satisfecha la curiosidad de ese instante. Y con
toda razón, pues el tipo de recuerdos que valoran carecen de interés
duradero para la memoria de sus almas. Después de todo, ¿ hay acaso
deseo más irrealizable que el de recuperar la persona que un día fuimos,
y que ésta nos reconozca, y que todo vuelva a ser como antes ?
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