lunes, 18 de julio de 2016

EXTRACTO DE TOÑI...

                                                 EXTRACTO DE TOÑI...


Siempre he creído que hay un tipo de historias que tienen un valor en sí mismas, independientemente de su inserción en un libro. Mi historia impresiona, impresiona muchísimo, por sí sola; el hecho de que mis queridos amigos Juan y Loli Ponce me hayan ayudado a escribirla no es secundario. Pienso en ella constantemente y me emociona sin dejar de pensar necesariamente en ellos.
Sin duda, sólo puede llegar a vosotros a través de las palabras. No puede ser de otra manera. Si existiese una forma de comunicación perfeccionada, algo así como la telepatía, o como una película o alguna serie de imágenes capaces de explicar la vida sin recurrir en ningún momento a la palabra, lo habría hecho yo sola, pero nunca llegaría a producir la impresión intensa en cualquier persona sensible que pudiese leer estas palabras sin conocer antes mi historia.
Cuando hablo de los sueños con algún ser querido, me refiero, y sólo puedo referirme, a los sueños tal y como los recuerdo al despertar. Igual, cuando hablo de mi vida tal y como puedo experimentarla: o sea, no a mi vida creída, sino contemplada, presente ante la poderosa imaginación plenamente despierta de una mente que nunca cesa de luchar en la búsqueda de su ser, sólo llego a contemplar la parte del iceberg que aparece en la superficie del presente; sólo el presente tiene belleza, sólo el presente tiene vida, con sus penas y alegrías, sólo el presente es objeto de contemplación. Sin embargo, debajo hay otras muchas cosas. El deseo de recuperar esa parte sumergida está plenamente justificado en cada persona. pero me temo que cada una, al menos en parte, explica sus recuerdos, como consecuencia del mismo impulso, a veces no atractivo, que les conduce a realizar un esfuerzo más o menos grande por aferrar el recuerdo, por atrapar con sentimientos, conceptos y palabras ese contenido esencial y trascendente que parece transmitirnos el pasado.
Como asimilamos los recuerdos por el efecto que ejercen en nosotros, es evidente que un mismo hecho puede ser importante para una persona y no serlo para otra. La diferencia consiste en que, aunque el procedimiento mental sea el mismo, uno aplica el recuerdo de otra manera en su vida. Por desgracia, para muchas personas el valor de un recuerdo no es un valor vital, no es una verdadera experiencia. El que lo aborda no espera - o no cree o no quiere creer - que se trate de la esencia de lo que realmente somos hoy: sólo aporta información para el día a día. Para lo que le interesa, sus recuerdos le importan casi tanto como los números del reloj o un libro de instrucciones de cualquier invento actual. Viven demasiado deprisa y recuerdan demasiado poco, para poder utilizar los recuerdos que un buen pasado ofrece. Son como los alumnos que quieren que todo se le explique y que después casi no atienden a la explicación.
Mientras quien escribe esta historia sería capaz de emocionarse con un sólo recuerdo durante toda la vida, hay personas que olvidarán para siempre los hechos una vez extinguida la emoción momentánea, satisfecha la curiosidad de ese instante. Y con toda razón, pues el tipo de recuerdos que valoran carecen de interés duradero para la memoria de sus almas. Después de todo, ¿ hay acaso deseo más irrealizable que el de recuperar la persona que un día fuimos, y que ésta nos reconozca, y que todo vuelva a ser como antes ?


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