lunes, 18 de abril de 2016

CAPÍTULO XVII.


                                              CAPÍTULO XVII.


Cuántas veces has bebido liquido, cuántas has orinado, eterno retorno. Te lo preguntas con extrañeza, sorprendido de algo que debería ser cotidiano y ahora no puedes hacerlo con normalidad. Qué raro tener dos ojos, y no uno o tres , y una nariz con dos agujeros debajo, y no encima, y una abertura horizontal por donde entran los alimentos y salen nuestras mejores palabras y rumiamos nuestros peores silencios. La boca podía estar en la frente, por qué no, y los ojos debajo de la nariz. Qué extraña una cara cuando tienes una sonda en la traquea, un cuerpo dolorido, herido, que es compadecido, quién me iba a decir que cobraría tanta importancia por no marchar algo bien en él, qué asombro ver todavía inertes dos pies que no pueden sustentárlo. Perplejidad ante el ombligo o huella de una vida en el vientre femenino de mi madre Vicenta que tanto me dio y que jamás pidió nada a cambio. Qué sorprenderte estar viva, y que la carrera de los infinitos siglos recorran justamente nuestro cuerpo, para todo lo bueno y lo malo, un lugar querido del que no podemos escapar y que no nos es dado elegir, no el de los que ya no viven y donde nosotros no vivíamos ( donde estábamos, qué era de nosotros ), no el de los que vendrán y donde nosotros no estaremos ( dónde entonces, qué será de nosotros ). Y raro es vivir justo este instante, estar vivo ahora mismo, y decir " ahora mismo " y ya no serlo, ya estar más allá en lo que era futuro hace nada y parecía nunca llegar. Qué extraño. Ya no me espantan los ratos en que escucho el latido de mi corazón como si fuera el último, o cada campanada de la madrugada, intentando recordar algún sueño, ni las inquietudes de las noches de insomnio son ya las mismas - en este estado cualquier pensamiento es una tortura -.
Hay momentos en que, de la forma más inesperada, algo en mi interior pugna por convencerme de que no me afecta mucho, de que no es para tanto, al fin y al cabo. Pero no dejas de pensar. Gran parte de una convalecencia cualquiera consiste, por así decirlo, en la triste sombra que proyecta, en la reflexión sobre ella, apenas luz. Y, sin embargo, es cierto, el acto de vivir se ha vuelto distinto. La ausencia de salud se extiende como el cielo sobre todas las cosas. Aunque apuro cada hora con la certeza feliz y elegíaca de que jamás volverá a repetirse, hay días que se hacen interminables, estoy despierta las 24 horas, en los que el cuerpo renuncia a su unidad, no quedan más que los elementos esenciales: los ojos, la nariz, la boca, las orejas, las manos..., cada uno de ellos viviendo aisladamente una vida individual y la razón que le dio la naturaleza a los sentidos desaparece. El sufrimiento los aleja uno de otro, como este accidente me ha separado de todo. Y, sin embargo, ¿ qué voy a hacer ? Aguanto y trago saliva...Necesitaría alguna droga, y por ahora la que me suministran no es una droga lo bastante fuerte...Llevo días sin dormir...No es normal...
- ¿ Qué te pasa Toñi ? - preguntó un somnoliento Andrés, haciendo guardia a los pies de su cama.
- Me duelen los pies de bailar. Ese hombre no para de bailar conmigo...
- ¿ Qué dices ? ¿ Qué hombre ?
- Dime cómo se masca este dolor asistido, atada a esta cama,
cómo se rumia cada pedazo de tragedia que un día fue inevitable. Dime cómo puedo digerir tanto pasado olvidado, cómo trago tantas noches de desvelo...- dijo Toñi -. Nada es tan extraño como yo misma.
Andrés la miraba una y otra vez. Al principio no parecía preocupado, esperaba tranquilo, con confianza. Pero pasadas las horas, comienza a mirar a uno y otro lado, cada vez con más frecuencia, creyendo ver lo que ve Toñi. Ha decidido permanecer de pie, apoyado contra la pared de la habitación del hospital de Toledo. No quiere separarse de ella ni un solo momento. Porque es muy posible que en ese exacto segundo lo necesite ella. Así lo cree al menos. Son las paranoias de la larga espera. El último síntoma del estrés que crea el esperar. De las largas noches sin dormir. De repente, parece que se da cuenta de lo absurdo de la situación. Se le ha encendido el semblante. Se ha sentido solidarizado con ella. Ha sacado las manos de los bolsillos y la ha acariciado. Todo lo que una mano dice cuando hay amor.
Parece que Toñi ya no mira a uno y otro lado. En vez de eso, mira a Andrés, cada vez con más frecuencia. Y duerme un instante.






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