TOÑI. CAPÍTULO VIII.
Hay autores cuya lectura provoca en mí una gran motivación; me divido entre el asombro y el placer que me produce la literatura químicamente pura, sin artificios, y la frustración de saber con absoluta certeza que nunca seré capaz de escribir algo parecido. Eso me ocurre, por ejemplo, con Loli Ponce, a la que una especie de admiración me empuja a releer una y otra vez y siempre descubro algo que se me había escapado en ocasiones anteriores. Leo cosas como:
" ¡ Cuántas historias guardan algunos lugares !
Ausencias que se esconden en las piedras, sueños, risas, llantos..tras las paredes dormidas.
Luz del candil, luz de luna...
Fuego helado, chimenea sombría...
Silla de aneas, madera carcomida..
Lebrillo roto, cántaro volcado...
Eco de la noria, hierro desgastado...
Zarza en la ventana, pájaro en la reja..
Anilla en la puerta..
Pared derruida donde el sol se cuela..
Goteras que borran la esencia de las huellas..
Clavos oxidados..Silencios que traspasan.
Sólo esos pajarillos son los dueños de " ella ".De la vida que no queda, porque la absorbieron las piedras guardando la memoria del ayer.
Era la vida en los cortijos, esas raíces de antaño primeras..."
Y yo anteponiendo minuciosamente las palabras a la realidad que pretenden describirme, me escudo en consideraciones y sospechas que no son más que una estúpida dialéctica y me veo retratado en mi ridícula pretensión de escribir. Me digo dónde vas con tus puntos y tus comas, todo tan colocado en su sitio, intentando evitar rimas internas o repeticiones y buscando sinónimos, cuando la vida es un puro desorden, un caos inacabable que se repite eternamente y casi nada está colocado en su sitio y, si lo está, la vida lo descoloca. Siempre que hago un repaso a esta preciosa historia de Toñi, aparte de revivir hechos o momentos personales o colectivos que ya son como flores marchitas prensadas entre las páginas de los libros que he leído, me quedo con la sensación de que algunas palabras se atascaron en algún recoveco del pensamiento, enfajadas en la corrección, en la gramática o en la sintaxis y no transmitieron ni la décima parte de lo que quería decir o transmitieron otra cosa completamente distinta a la verdadera historia de mi amiga Toñi.
Uno quisiera coger las palabras con las manos, amasarlas, revolverlas, mezclarlas como un buen guiso, doblarlas sobre sí mismas hasta el infinito y conseguir que aparezca una pajarita de papel diminuta que eche a volar y se pierda en el agujero negro de vuestros sueños, o un plato agridulce con sabor a ternura, a dolor, a risa, a descontrol, a deseo absurdo e irracional, a ilusión, a me quiero morir, a quiero vivir. Palabras que puedan abrazar o golpear en el centro mismo de la cosa esa que es la vida de cada uno. Buscar - y encontrar - un adjetivo inspirado y posesivo que arañe el corazón al lector. Palabras, como música de nuestros padres, que junta los cuerpos intentando juntar las almas, palabras desgarradas que esconden el propio llanto en el llanto prefabricado de una novela. Uno quisiera que sus palabras brotaran como notas de música que, como la vida, no la entiende ni Dios, pero engancha quién sabe por qué, a todo el mundo.
La vida no tiene puntos ni comas ni puntos seguidos ni puntos y aparte; o los tiene en un lugar absurdo, que no viene a cuento porque la frase todavía debe continuar. ¿ Verdad, Toñi ? La vida no se detiene nunca aunque a veces quisiéramos pararla, no te vayas de aquí, tenemos toda la vida. Pero no tenemos toda la vida, tenemos sólo hasta el siguiente punto y aparte, en el que habrá que volver a empezar desde cero. Y otra vez inventar una nueva frase, un párrafo potente que no contenga repeticiones ni rimas internas y que, al mismo tiempo, mantenga el interés del argumento.
Hay autores cuya lectura provoca en mí una gran motivación; me divido entre el asombro y el placer que me produce la literatura químicamente pura, sin artificios, y la frustración de saber con absoluta certeza que nunca seré capaz de escribir algo parecido. Eso me ocurre, por ejemplo, con Loli Ponce, a la que una especie de admiración me empuja a releer una y otra vez y siempre descubro algo que se me había escapado en ocasiones anteriores. Leo cosas como:
" ¡ Cuántas historias guardan algunos lugares !
Ausencias que se esconden en las piedras, sueños, risas, llantos..tras las paredes dormidas.
Luz del candil, luz de luna...
Fuego helado, chimenea sombría...
Silla de aneas, madera carcomida..
Lebrillo roto, cántaro volcado...
Eco de la noria, hierro desgastado...
Zarza en la ventana, pájaro en la reja..
Anilla en la puerta..
Pared derruida donde el sol se cuela..
Goteras que borran la esencia de las huellas..
Clavos oxidados..Silencios que traspasan.
Sólo esos pajarillos son los dueños de " ella ".De la vida que no queda, porque la absorbieron las piedras guardando la memoria del ayer.
Era la vida en los cortijos, esas raíces de antaño primeras..."
Y yo anteponiendo minuciosamente las palabras a la realidad que pretenden describirme, me escudo en consideraciones y sospechas que no son más que una estúpida dialéctica y me veo retratado en mi ridícula pretensión de escribir. Me digo dónde vas con tus puntos y tus comas, todo tan colocado en su sitio, intentando evitar rimas internas o repeticiones y buscando sinónimos, cuando la vida es un puro desorden, un caos inacabable que se repite eternamente y casi nada está colocado en su sitio y, si lo está, la vida lo descoloca. Siempre que hago un repaso a esta preciosa historia de Toñi, aparte de revivir hechos o momentos personales o colectivos que ya son como flores marchitas prensadas entre las páginas de los libros que he leído, me quedo con la sensación de que algunas palabras se atascaron en algún recoveco del pensamiento, enfajadas en la corrección, en la gramática o en la sintaxis y no transmitieron ni la décima parte de lo que quería decir o transmitieron otra cosa completamente distinta a la verdadera historia de mi amiga Toñi.
Uno quisiera coger las palabras con las manos, amasarlas, revolverlas, mezclarlas como un buen guiso, doblarlas sobre sí mismas hasta el infinito y conseguir que aparezca una pajarita de papel diminuta que eche a volar y se pierda en el agujero negro de vuestros sueños, o un plato agridulce con sabor a ternura, a dolor, a risa, a descontrol, a deseo absurdo e irracional, a ilusión, a me quiero morir, a quiero vivir. Palabras que puedan abrazar o golpear en el centro mismo de la cosa esa que es la vida de cada uno. Buscar - y encontrar - un adjetivo inspirado y posesivo que arañe el corazón al lector. Palabras, como música de nuestros padres, que junta los cuerpos intentando juntar las almas, palabras desgarradas que esconden el propio llanto en el llanto prefabricado de una novela. Uno quisiera que sus palabras brotaran como notas de música que, como la vida, no la entiende ni Dios, pero engancha quién sabe por qué, a todo el mundo.
La vida no tiene puntos ni comas ni puntos seguidos ni puntos y aparte; o los tiene en un lugar absurdo, que no viene a cuento porque la frase todavía debe continuar. ¿ Verdad, Toñi ? La vida no se detiene nunca aunque a veces quisiéramos pararla, no te vayas de aquí, tenemos toda la vida. Pero no tenemos toda la vida, tenemos sólo hasta el siguiente punto y aparte, en el que habrá que volver a empezar desde cero. Y otra vez inventar una nueva frase, un párrafo potente que no contenga repeticiones ni rimas internas y que, al mismo tiempo, mantenga el interés del argumento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario